martes, 29 de mayo de 2012

Esos infatigables caminantes...


   Quizá para quien conozca poco sobre el colegio, no toma dimensión de cuánta gente se encuentra y se cruza tras sus muros diariamente durante el ciclo escolar. Desde que lo conozco la estructura jerárquica es igual: una Rectora, dos Directoras de  Estudios (una en el turno de la mañana y otra turno tarde a las cuales llamamos familiarmente Vicerrectoras), una Secretaria, una Prosecretaria y un Representante Legal. Pero llenando sus aulas y transitando por cuanto lugar uno imagine: los docentes, catequistas, alumnos, bibliotecarias, tesorera, personal de tesorería, personal de secretaría, porteras, ordenanzas… y esos incansables caminantes: los preceptores.
   
    En el Instituto ingresé el 15 de marzo de 1971 y dije adiós un 31 de diciembre de 2000,  dos fechas… un comienzo y un  final. En medio ¡cuántas historias de vida detrás de los rostros de esos caminantes de pasillos y aulas que compartieron mis horas allí! Siempre fueron pocos… siempre teniendo a su cargo tres o cuatro cursos…siempre dispuestos a cubrir todos los frentes… siempre presentes…
   
  Para muchos quizás su tarea pase inadvertida o se circunscriba a pensar que sólo consiste en tomar asistencia y hacer los registros, hacer los boletines… tal vez porque se han perdido la mejor parte de la historia… no saben que sin su invalorable apoyo mucho de lo que se logra, no podría ser.
  
   ¡Qué docente no ha recibido de ellos la entrega generosa de su tiempo y de su invalorable, cuidada y  precisa  información!     
   
   ¡Qué directivo no ha  reconocido su inestimable ayuda! Los que pasamos algún tiempo en esos cargos sabemos que sin su apoyo es imposible estar presente en el patio, en las aulas, dando comunicaciones, atendiendo a los padres, y sobre todo…  en contacto con los alumnos.
  
   Cada preceptor conoce “sus pichones”, los ve crecer… y los ve volar. Muchas veces es su confidente, el que conoce de sus alegrías y de sus tristezas, el que le prepara un té o le da una galletita porque no ha comido, el que lo asiste cuando está descompuesto o está a su lado porque simplemente necesita de su abrazo o le entrega un pañuelo para secar sus lágrimas. Es la mano dispuesta para sostener, el oído atento para escuchar, la palabra a tiempo para aconsejar y la sensatez para pedir ayuda cuando el momento o el problema así lo requiere.
    
   Yo puedo dar fe de todo esto que estoy escribiendo, yo conocí a muchos preceptores a lo largo de los 30 años, cada uno con sus personalidades distintas y sus diferentes modos de conectarse con sus alumnos, pero todos… con la misma disposición y la misma entrega.
  
   Realmente si quisiera nombrarlos… alguno no quedaría consignado en la lista y no sería justo; quizás con una ayuda memoria instalándome en el colegio pueda lograrlo, pero mientras tanto sólo voy a  citar a una de esas personas: Adelaida Peralta de Zabalet, la primera preceptora del turno de la tarde con la que tuve contacto al llegar al Instituto.
    
  ¡Adelaida!!! Con ese vozarrón parecido al mío, sus labios siempre pintados y su presencia impecable. ¡Qué hermosos tiempos aquellos! Mis primeros pasos en la docencia, recién recibida, con mucho por aprender, pocos cursos y docentes a la tarde porque muchos éramos “exclusivos” del turno, como en mi caso, por ser la división de Peritos Mercantiles con materias específicas, y eso fue lo que nos permitió conocernos mejor y crear lazos de verdadera fraternidad.
    
   Una de esas tardes de 1971, estando en 3º C, último curso mixto que tuve de la primera etapa en la que se aceptaron varones, saqué del aula a uno de ellos… porque estaba conversando mientras explicaba y eso significaba… firmar el cuaderno de disciplina. Mientras él iba saliendo, yo por dentro rogaba… que Adelaida ¡me salvara! Eran mis primeras armas, muy joven y… había que pisar fuerte. Pasaron algunos minutos, el aire se cortaba con el filo de una navaja y… apareció Adelaida que con su vozarrón me decía mientras se acercaba al escritorio:
-          
               Srta Adela, en cuanto encuentre el cuaderno de disciplina se lo hago firmar,  mientras tanto este alumno ¿puede entrar?
    La mirada cómplice entre ambas y un cuaderno… que ese día nadie encontró.
Si bien este hecho quedó grabado así en mi anecdotario... también su desenlace: una charla de crecimiento y aprendizaje entre todos los involucrados en el mismo.
   
   Esa misma Adelaida que otra tarde no quería tocar la campana de entrada de las 13 hs porque yo no había llegado, circunstancia que era totalmente inusual en mí porque siempre lo hacía temprano; pero ese día las culpables del retraso fueron unas frutillas con crema que estábamos disfrutando con mi amiga Luz en su casa, una de las amistades forjadas detrás de los muros del colegio y con quien hoy sigo compartiendo la vida. Y Adelaida esa tarde, con retraso de algunos minutos… no tocó la campana hasta que no me vio entrar.
   
   Adelaida… protectora no sólo de los alumnos a su cargo, sino también de los que estábamos trabajando codo a codo con ella para darle firmeza a las alas de “sus pichones”… para que aprendieran a volar.
    
   Adelaida y yo, con nombres parecidos, unidas en un mismo colegio, una misma vocación, con domicilio una en Gualeguaychú y la otra en Paraná pero… con la misma dirección en nuestros documentos: Julio A. Roca 153. Hace años que ese domicilio ya no figura en mi DNI y lamentablemente… ella hace mucho tiempo que nos dejó.
    
  
 En este, mi recordatorio y reconocimiento a su labor, vaya implícito el mismo reconocimiento y afecto para todos aquellos que ennoblecieron esta tarea en el colegio,  y a los que siguen orientando, aconsejando y acompañando a sus alumnos hasta que abandonen el nido para iniciar su propio vuelo.


                                                                                                                 María Adela Pon




   Y este escrito tuvo una respuesta… la de Jorge Bergallo, un querido preceptor y catequista con el cual caminamos juntos un trecho por el ICR. Lo que aquí transcribo, tiene para mí una importancia especial, ya que se trata del testimonio de uno de los destinatarios e involucrados en el escrito y al cual pedí  autorización para publicarlo. Quien se siente identificado con las palabras allí escritas y me lo expresa… es un inestimable regalo que guardaré no sólo entre mis papeles.

     Entre otras palabras, Jorge escribe:

 “…Especial énfasis quiero poner en comentar el texto sobre los preceptores. Parece que nos hubieses pintado un retrato en vivo porque esa expresión de "CAMINANTES" es perfecta. Yo siempre me identifiqué con un caminante cuando fui preceptor, y me recuerdo así!!! y amé serlo. Y ni te cuento que luego, donde anduve y ando, a veces pretendo que el perfil de los preceptores tenga algo de aquello que viví en el Cristo...porque ese caminar era el que permitía estar, cubrir los espacios, hacer que los chicos se sientan acompañados y a la vez cuidados!!!. No puedo creer tu percepción!!! eso habla de tu corazón docente que se agiganta con el paso del tiempo y que tiene la enorme capacidad de volver a la fuente, pero a buscar sólo la mejor parte.
   Yo acabo de cumplir 40 años, y pasé desde 1979 a 2005 en el Cristo, es una marca imborrable, se extraña, se lleva en el alma, se quiere siempre volver.
En mi caso la vida me permitió volver a acompañar el devenir del Superior desde 2009!!!!!!! desde el Equipo del CGE en el que estoy!!!......pero sé que el lugar desde donde me formé, comprendí la totalidad de una institución, sus dimensiones, personal, variables etc, es desde la Preceptoría....y obvio desde la Catequesis.” Jorge Bergallo

    
   No quiero terminar de consignar esta respuesta, sin mencionar de que al leer en el  comentario volver a la fuente, pero a buscar sólo la mejor parte.” descubrí el verdadero motivo que me impulsó a escribir mis vivencias…¡¡¡ gracias  Jorge !!!
                                                                                 
                                                                                                           María Adela Pon

  
   Si te interesa conocer más sobre esos compañeros, los que acompañaron mi caminar durante 30 años y con los cuales juntos construimos esa comunidad del Instituto, te sugiero otros escritos del blog como Buscando raíces..., Extrañándote..., Esos infatigables caminantes...Un recuerdo... un anhelo... y un adiósCon sólo nombrarla..., Un comienzo... que se renuevaY Dios sigue entretejiendo la historia...Cuando la nostalgia golpea la puerta..., Las imágenes que se fueron gestando ... desde 1979,   30 años... en un poema,


2 comentarios:

  1. CUANTA GENTE ADELA!!!!ESAS PROFES, QUE COMO VOS DECIS AL SER POCOS ERAMOS UNA GRAN FAMILIA!, ERAN NUESTRAS MADRES, NOS ENTENDIAN, NOS APOYABAN, NOS CONOCIAN...GRACIAS CAROLINA SOLARI

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias por tus palabras y por regalarme tu tiempo con el comentario. Un abrazo Adela

      Eliminar

¡Gracias por regalarme tu tiempo! Sólo te pido que en el texto de este comentario, te identifiques, y ten en cuenta de que no aparecerá inmediatamente publicado… sólo en el momento en que yo lo realice. Gracias también por la espera. Adela