jueves, 21 de junio de 2012

30 años... en un poema

  ¡Qué hermoso regalo me dio la vida! El don de poder asimilar los cambios y la fuerza necesaria para reconstruir siempre mi mundo, “mi lugar”, aunque este fuese cambiando de escenario. Primero, mi lugar, el que yo llamo “el lugar de mis raíces” fue en mi Gualeguaychú natal en donde mis viejos, mi casa, mis amigos, mis recuerdos de juventud, mis lugares predilectos, mi colegio, en fin todos mis afectos y mis cosas queridas allí se quedaron cuando a los 22 años y recién recibida de profesora en Ciencias Económicas me marché para forjarme otro destino.
   
   Y llegué a Paraná en busca de ese destino para mi inquebrantable vocación docente, y la vida se encargó de poner en mi camino nuevamente mi lugar, en este caso el que yo llamo mi lugar para la vocación y el trabajo”: el Instituto Cristo Redentor. Y es allí donde no sólo comenzó mi viaje por la aventura de la vocación, sino que comenzó la más incomparable experiencia por la aventura de la vida de la mano de un montón de compañeros de ruta.
   
   Compañeros con los cuales compartí ¡tantos momentos imborrables!;  pero no todos fueron momentos felices y de festejo, si fuese así, muy pobre habría sido nuestro crecimiento y nuestra pertenencia al colegio rápidamente olvidada; sólo aquello por lo cual se lucha, se sufre y se llora, tiene el sabor de las cosas valiosas y perdura en el tiempo su importancia y su valor; y así el transcurrir de la vida y de los acontecimientos nos llevó también por momentos amargos. Muchos de esos compañeros de ruta se transformaron en amigos, porque pudimos construir otros vínculos que aún perduran. Tal vez no nos veamos tan asiduamente, pero sabemos que estamos cuando el otro nos necesita.
  
    Así como las Hermanas van encontrando en su peregrinar, el lugar para hacer su apostolado y responder al llamado de su vocación religiosa así también para mí ese lugar existe y existirá, y nunca dejaré de agradecer a Dios por haberlo puesto en  mi camino.
   
   Por eso, un día de marzo de 2011, decidí plasmar todas estas vivencias en un poema y así surgió:


Hoy quiero evocarte…


Hoy quiero evocarte …
porque detrás de tus muros,
un pedazo de mi vida ha quedado allí.
Aunque hace ya diez años que no recorro
tus aulas, tus pasillos, tu patio, tu Iglesia…
si cierro los ojos, pareciera que aún sigo ahí.
Siempre soñé con ser docente,
estar en el aula…, poder enseñar…,
tal vez fue por eso que Dios me dio alas
y volé hasta tus puertas buscando un lugar.
Quizás en tu Himno esté la respuesta
a esas mis ansias de poder llegar:
“Fuertes sus muros, ofrecen abrigo
para las almas que buscan la paz,
y el dulce Cristo, patrono y amigo
guarda las horas de estudio y solaz.
Allí despierta el cerebro dormido,
y aprende a un tiempo a leer y  a rezar
y el pajarillo, que no tiene nido,
halla en su seno, tibieza de hogar.”
Las Hermanas Franciscanas de Gante
creyeron en mí  y en mi vocación,
abrieron sus manos cobijando ese anhelo
y me confiaron tus jóvenes para su educación.
Para emprender la tarea recibí el regalo
de muchos compañeros con el mismo el sueño:
construir juntos tu comunidad,
trabajando por el crecimiento mutuo
y por la convivencia en fraternidad.
Los ideales de Juana Teresa y  Francisco
fueron los animadores en esta travesía,
los sostenedores en momentos difíciles
y los inspiradores de nuestras utopías.
Los lazos que creamos entre los compañeros
se transformaron en fuertes cadenas de unión,
con muchos de ellos hoy sigo compartiendo la vida,
algunos son amigos  y otros… ya no están,
pero sé que esas ligaduras permanecen inalterables
porque se anudaron envolviendo a mi corazón.
Fue el tiempo de siembra…
y hoy, cuando la nostalgia me lleva a tu puerta
y traspaso tu reja buscando mis huellas,
los recuerdos aparecen acompañando mis pasos;
y no importa cuándo, tampoco en qué fecha,
oigo  pisadas distintas siguiendo mis rastros,
es el cultivo de ayer  que entrega sus frutos,
es el  momento … de la cosecha.
Entonces entiendo el por qué de tu magia,
el por qué de tu hechizo y de tu vigencia,
muchos de aquellos  que ayer estaban
jugando en tus aulas, allí los encuentro,
viviendo mi misma experiencia;
son los que sintieron el llamado
y regresan…
para darle a tu obra la continuidad.
¡Ese es tu secreto mi querido Instituto!
Vigorosa y constante savia que vuelve
para renovar el flujo inagotable
del servicio, el amor  y la fraternidad.
Por eso hoy llevo orgullosa colgada a mi cuello
la Tau que por siempre me acompañará,
porque ella es el símbolo de la pertenencia
a Cristo, a su Iglesia y a esta hermandad.





 


¡Gracias  a los innumerables y queridos compañeros y a las Hnas de la Congregación, que me acompañaron en mi transitar por el I.C.R. durante treinta inolvidables años!

                                                                                   María Adela Pon


    Si te interesa conocer más sobre "esos momentos" tan especiales que marcaron nuestro transitar por el Instituto, te sugiero otros escritos del blog como Y... se vino la respuestaHace casi cuarenta años..., Un recuerdo... un anhelo... y un adiós,  

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