domingo, 12 de agosto de 2012

Hace casi cuarenta años...


      … y en septiembre el colegio se sigue vistiendo de fiesta.
   
    No recuerdo exactamente al año, pero estimo que fue alrededor de 1974 porque me parece que ya no concurrían varones, cuando concebimos la idea de buscar un acontecimiento que nos uniera a los alumnos, docentes, personal administrativo, ordenanzas… desde otro lugar. Un evento para el disfrute, para reírnos juntos, para jugar, y así elegimos… un día de septiembre, precisamente para festejar el día del estudiante, celebración que en nuestro país es el 21 de septiembre  y, si bien coincide con el día de la primavera, la verdadera razón de la elección de esa fecha es que en ese día de 1888 llegaron a Buenos Aires los restos repatriados del prócer Domingo Faustino Sarmiento (15 de febrero de 1811- 11 de septiembre de 1888), quien durante su presidencia fue responsable de la construcción de más de 800 escuelas.
   
   No sé cómo ni cuándo lo decidimos… pero sí recuerdo cómo resultó. Cada turno lo festejó por separado y cada uno armó su acto sorpresa de acuerdo a las posibilidades y disponibilidad horaria de su personal para estar presente en el mismo. Del turno de la mañana no recuerdo la idea que dio origen al acto, pero en el turno de la tarde los docentes decidimos hacer en el patio un partido de pelota al cesto contra los alumnos, pero… disfrazados.
  
   Si bien muchos detalles del entorno se han borrado también de mi memoria, como por ejemplo si sólo concurrían mujeres por eso así lo redacto, lo que he grabado de ese día lo recuerdo con mucha nitidez. Los alumnos reunidos en el patio ignorando para qué, sólo veían los dos aros colocados  y… los docentes ausentes. De golpe aparecimos, cada uno luciendo el atuendo elegido y dispuestos a ganar el partido. Al vernos aparecer los chicos se quedaron mudos, no sabían exactamente qué era lo que estaba pasando… hasta que reaccionaron y las carcajadas resonaron en todo el colegio. Para mí había elegido vestirme como el personaje del Zorro: con la capa que me  había confeccionado una de las Hermanas especialmente para tal ocasión, el antifaz, la espada y… un caballito de madera.
  
   Después de hacer nuestra presentación acompañados por los aplausos y risas de todo el alumnado, los invitamos al desafío: un partido con la reglamentación que las mujeres habitualmente jugaban… partido que por supuesto ganamos porque el árbitro del partido, el único profesor varón del turno: Ramón Solari, algunas ayuditas nos dispensó para que así fuese… y tal vez también porque nuestros alumnos seguramente no se animaron a jugar muy rudo por miedo a  lesionarnos.
   
   Y así comenzó la historia, de un acontecimiento que fue creciendo lentamente…y que ya lleva casi 40 años.
  
    A partir de ese primer festejo, comenzamos a redoblar la apuesta, y lo que sólo comenzó con un simple partido de pelota al cesto se fue transformando poco a poco en verdaderas obras de teatro, donde la imaginación y la creatividad hacían de los acontecimientos cotidianos ingeniosas representaciones humorísticas en las que realidad y fantasía se mezclaban. Los alumnos cada vez esperaban más ansiosamente ese festejo porque sabían que las chanzas y las cargadas iban a estar a la orden del día y que seguro dejaríamos al descubierto esos amores que muy pocos conocían pero que, tras un arduo trabajo de investigación por parte nuestra, seguro saldrían a la luz. Pero también sabían que confiadamente podían compartir esos momentos, porque dentro de ese marco de picardía, siempre iba a estar el respeto,  el cariño de sus docentes y la sana intención de reírnos juntos en un espacio para disfrutar.
  
    En los días anteriores a la fiesta, el acceso a la sala de profesores estaba estrictamente prohibido para los alumnos, pero todos estaban atentos cada vez que se habría esa puerta en los recreos, para ver si podían pispear algo de lo que allí se estaba tramando. Todos sabían que esa era “el lugar” donde se armaban los libretos, donde se decidían los atuendos… donde se cocinaba el show.
  
    Los temas más variados daban el sustento para el nacimiento de la idea, desde la película del momento, una actividad realizada con anterioridad, los cuentos infantiles, un conjunto de música de moda… hasta el imaginario de una escena de la prehistoria, o de un fogón gauchesco, o de un espectáculo circense o de una obra de  Shakespeare.  
  
   ¡Cómo disfrutábamos en esos momentos de preparación del festejo! Las carcajadas eran moneda corriente en la sala de profesores durante esos días previos. Nada se dejaba de tener en cuenta para el evento y cada uno se hacía cargo de aquello para lo cual tenía más conocimiento, disponibilidad horaria, más facilidad o habilidad para realizar: la escenografía, el arreglo del salón, la música, las luces, el telón, la conducción… y  los libretos.  Todo estaba bien hasta que… había que aprendérselos…y ahí es donde estaba el escollo más grande, pero teníamos el recurso ideal para cuando fallaba nuestra memoria, el que manejábamos y conocíamos a la perfección, nuestro mejor aliado…el arte de la improvisación.
  
   Y así salíamos al ruedo, con muchos nervios y ansiedad como si fuese la clase más difícil que teníamos que dictar, nervios que rápidamente se transformaban en regocijo y alegría cuando las primeras carcajadas comenzaban a resonar en el salón de actos.
   
   Lamentablemente no conservo ninguno de los libretos, ni fotos de esas fiestas, pero si cierro los ojos sé que muchos de esos festejos quedaron grabados en mi retina porque los veo como si  estuviese viviendo el momento y, al recordarlos, todavía siento que me envuelven la tibieza de esos aplausos y ese ¡gracias profesora! que escuchaba en todos los cursos al día siguiente, me sigue llenando de gozo y dibujando en mi rostro una sonrisa.
   
  Hace casi cuarenta años y alumnos, docentes, ordenanzas, personal administrativo, autoridades, preceptores… no dejamos de hablar ni de recordar, tanto los que nos fuimos como los que están, del festejo del día del estudiante. Él lleva el sello inequívoco del Instituto,  y se mantiene a pesar del tiempo transcurrido, los recambios del personal, las características de los adolescentes, los modos de relacionarse entre los miembros de la comunidad educativa, las distintas formas de comunicación por los avances tecnológicos… porque conserva el espíritu de su nacimiento: ser un espacio para jugar, divertirse y disfrutar con el otro, un espacio de conocimiento y encuentro para estrechar los vínculos y crear los lazos fraternos más allá del ámbito del aula.
  
    ¿Cuál es el secreto de su permanencia? Tal vez no haya ningún secreto… simplemente haber puesto para realizar cada uno de los festejos, el mismo empeño, la misma dedicación y los mismos esfuerzos que poníamos para estar dentro del aula, porque aunque estábamos compartiendo desde otro ángulo, teníamos bien en claro que era nada más que una faceta distinta pero complementaria de un mismo proceso, de un mismo proyecto, de un mismo sueño, de una misma vocación.

                                                                                        
                                                                                           María Adela Pon

 Si te interesa conocer más sobre "esos momentos" tan especiales que marcaron nuestro transitar por el Instituto, te sugiero otros escritos del blog como Y... se vino la respuestaHace casi cuarenta años..., Un recuerdo... un anhelo... y un adiós30 años en un poema

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