miércoles, 12 de septiembre de 2012

La oración que San Francisco... podría haber escrito



   Desde hace muchos años tengo en mis manos el libro “Instrumentos de tu paz”, Comentario a la Oración simple de San Francisco de Asís,  escrito por el  P.  Alejandro F. Díaz O.F.M. En su prólogo el autor consigna: “La Oración simple no salió de la pluma de San Francisco pero sí de su corazón, de su alma.
    Se publicó a fines del siglo XIX, en Francia. Apareció sin firma, como de autor anónimo, aunque probablemente extraída de las obras de San Juan de Capistrano. Muy pronto, sin embargo, el pueblo la atribuyó a San Francisco y así comenzó a divulgarse. Y, a decir verdad, en una hermosa síntesis de la espiritualidad del Pobrecillo de Asís  y una perfecta norma de visa cristiana.
   
   La revista “This Week” la hizo conocer en Nueva York y, en marzo de 1949, “Selecciones del Reader’s Digest” la presentó a sus lectores sudamericanos como el trozo literario que más calurosa acogida había hallado en el mundo.”
   
   Fr. Tomás Gálvez (+ 2008), fue un sacerdote que vivió su vida franciscana y ejerció su ministerio sacerdotal en distintas fraternidades de España, en el Sacro Convento de Asís y en la Curia General en Roma, donde era responsable de las publicaciones de lengua española. Escritor, investigador sobre la historia de la Orden en España e iniciador en 2002 de la web de S. Francisco y los Franciscanos (www.fratefrancesco.org). En una de sus publicaciones en ese sitio, “Señor, hazme instrumento de tu paz” – la oración “simple” que San Francisco nunca escribió- consigna: “Al lado del verdadero San Francisco está siempre la imagen que cada época se hace de él, con su parte de parcialidad, mitificación, leyendas y falsas atribuciones. Eso es válido también para hoy, no obstante los grandes avances conseguidos hacia un mejor conocimiento del personaje y de su tiempo. Un claro ejemplo de ello es la llamada "Oración Simple", digna del Pobrecillo, que todos le atribuyen a él, pero que es de un autor anónimo que vivió hace apenas un siglo.
  
   En la búsqueda de los orígenes de esta hermosa oración no se podido ir más allá del mes de diciembre de 1912, cuando fue publicada en "La Clochette" fundada por el sacerdote y periodista normando abbé Esiher Suquerel (+ 1923). Entre las hipótesis que se barajan hay quien supone que fuese él mismo el autor.
   
   En 1913 la descubre el canónigo Louis Boissey (+ 1932), apasionado por el problema de la paz, y en enero aparece publicada en los "Annales de Notre Dame de Paix" (Tinchebray, Francia), citando como origen La Clochette.
   
   A partir de 1925 empezó a difundirse en todo el mundo, a partir de Estados Unidos y Canadá. Les siguieron los países germánicos. En los medios católicos franceses no empezaron a atribuirla a San Francisco hasta el año 1947.
  
   En la segunda mitad del siglo XX la "Oración Simple", como la llamaban en Asís, empezó a hacerse popular, sobre todo, cuando los frailes del Sacro Convento la imprimieron en diversas lenguas, bajo su nombre, en las estampas de San Francisco.
   
  El secreto de un éxito tan grande se debe, sobre todo en la atribución a San Francisco, pero también a la riqueza del contenido, junto con su sencillez.

   Tenía razón, de todos modos, el P. Etienne de París cuando encontraba en esta oración anónima cierta concordancia con el espíritu y el estilo franciscano. Para comprobarlo es suficiente leer, por ejemplo, la Admonición 27 de San Francisco, escrita a modo de estribillo:

Donde hay amor y sabiduría, allí no hay temor ni ignorancia.
Donde hay paciencia y humildad, allí no hay ira ni turbación.
Donde hay pobreza con alegría, allí no hay ambición ni avaricia.
Donde hay quietud y meditación, allí no hay preocupación ni disipación.
Donde está el temor de Dios guardando la casa, allí el enemigo no puede encontrar la puerta de entrada.
Donde hay misericordia y discreción, allí no hay soberbia ni dureza.
  
   O, mejor aún, los siguientes "Dichos" del beato Gil de Asís, tercer compañero del Santo:

Dichoso el que ama y no desea, en cambio, ser amado.
Dichoso el que teme y no desea, en cambio, ser temido.
Dichoso el que sirve, y no desea ser servido.
Dichoso el que se comporta bien con los demás,
y no desea que los demás se comporten bien con él.
Pero estas cosas son grandes, y los necios no logran entenderlas.
    
   Esto es lo que hace que la oración sea considerada por muchos franciscana, y aunque sea un error atribuirla a San Francisco de Asís, seguramente a él no le hubiese importado firmarla.”
    
   Esta Oración estuvo presente en todos los acontecimientos  de nuestra vida como comunidad. Acompañó nuestro caminar a lo largo de todos los años en que desarrollamos nuestro trabajo y vocación con las Hnas Franciscanas de Gante.
   Y, a medida que fueron cayendo las hojas del almanaque de mi vida, fui aprendiendo que la paz interior es un don de Dios que hay que pedirlo, porque sin instaurarla en nuestra alma no se puede ser instrumento de ella y paradógicamente… esto sólo se consigue luchando para ir logrando hacer concordar nuestra voluntad con la voluntad de Dios.
 
Oración Simple


Señor, haz de mí un instrumento de tu paz.
Que allá donde hay odio, yo ponga el amor.
Que allá donde hay ofensa, yo ponga el perdón.
Que allá donde hay discordia, yo ponga la unión.
Que allá donde hay error, yo ponga la verdad.
Que allá donde hay duda, yo ponga la Fe.
Que allá donde desesperación, yo ponga la esperanza.
Que allá donde hay tinieblas, yo ponga la luz.
Que allá donde hay tristeza, yo ponga la alegría.
Oh Señor, que yo no busque tanto
ser consolado, como consolar,
ser comprendido, como comprender,
ser amado, como amar.
Porque es dándose como se recibe,
es olvidándose de sí mismo como uno se encuentra a sí mismo,
es perdonando, como se es perdonado,
es muriendo como se resucita a la vida eterna.

(Autor anónimo. Traducción del texto original francés).

   
  Seguramente no voy a encontrar una oración tan hermosa, que refleje tan sencilla y profundamente el espíritu franciscano y cuya lectura me llene de emoción, de recuerdos y de compromiso como ella. Tal vez por ello nunca la aprendí de memoria, aún hoy para rezarla necesito leerla. 


                                                                                                                María Adela Pon

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